Por Fernando Laborda
22 de Junio de 2007
Hace bastantes días ya que el gobierno nacional mandó al rubro «pérdidas» las elecciones porteñas. Esto se concretó en el transcurso de la primera semana posterior a la primera vuelta electoral, cuando la Casa Rosada advirtió que la fuerte intromisión de Néstor Kirchner en la campaña no sólo no podía torcer la tendencia favorable a Mauricio Macri, sino que incluso podía perjudicar a Daniel Filmus.
En las dos últimas semanas, el Presidente se apartó de la campaña proselitista y, paradójicamente, su candidato porteño comenzó a crecer; no hasta el punto de poner en grave riesgo el triunfo de su adversario, pero sí con la posibilidad de superar la barrera del 40 por ciento.
Una cifra por encima de ese porcentaje significaría una muy buena elección para el kirchnerismo. Especialmente, si se tiene en cuenta que la Capital Federal tradicionalmente ha sido complicada para el peronismo y para todo partido gobernante. Además, representaría un promisorio horizonte para un funcionario como Filmus, que escasos meses atrás era desconocido para un elevado porcentaje de la población metropolitana.
* * *
No está muy claro en el mundo académico el grado de influencia que tiene la difusión de sondeos de opinión pública antes de una elección en el ánimo de los votantes. Sí parece seguro su impacto en los efectos políticos del resultado electoral.
Por ejemplo, si a partir de las encuestas se genera en la opinión pública la sensación de que Macri va a imponerse con mucho más del 60 por ciento de los votos y finalmente termina obteniendo el 57, como lo pronostica el último trabajo de Poliarquía para LA NACION, no faltarían quienes le restaran méritos a esa victoria, aun cuando objetivamente resultara concluyente.
Los últimos datos de las encuestas, de alguna manera, hacen que se moderen las expectativas de los macristas y de no pocos dirigentes y ciudadanos que veían en el ballottage de pasado mañana la posibilidad de darle un escarmiento inolvidable a Kirchner.
La actitud de este segmento de porteños que votarán a Macri no tanto por su confianza en las virtudes del candidato de Pro como por su antikirchnerismo militante no es entendida por el primer mandatario. Es cierto que Kirchner no sabe demasiado de los porteños -a tal punto, que se refirió públicamente a ellos en el Luna Park como «capitalinos»-, pero debería hacer un esfuerzo por comprenderlos. Son los mismos ciudadanos que respaldaron a la Alianza y a Fernando de la Rúa en 1999, y que dos años después salieron a las calles con sus cacerolas en medio del corralito bancario. Son los mismos que en 1995, cuando el 50 por ciento del país apoyó la reelección de Carlos Menem, le dieron el triunfo en el distrito a José Octavio Bordón porque querían algo más que estabilidad económica.
Es probable que el comportamiento electoral de los porteños no anticipe un traspié del kirchnerismo en el orden nacional el 28 de octubre. Pero sí es factible que la actitud electoral de esos sectores medios urbanos y rebeldes anticipe un proceso de revolución de las aspiraciones crecientes, por el cual las demandas sociales dejarán de pasar exclusivamente por la economía y se vincularán cada vez más con la seguridad, la transparencia y la calidad institucional, que podría signar los próximos cuatro años.