Crisis y oportunidades

POR SERGIO CRIVELLI
20 de Junio de 2007
La convertibilidad funcionó en piloto automático largo tiempo, tuvo una agoní­a de tres años y su colapso inevitable fue negado hasta último momento. Por no cambiar a tiempo lo que debí­a Fernando de la Rúa terminó inmolándose junto con el «modelo» que habí­a servido para salir de la «hí­per» del 89 y garantizado una década en el poder a Carlos Menem.
En la Argentina la historia es decididamente cí­clica. La crisis de 2001 -como en su momento la del 89- fue convertida en una oportunidad otra vez por el peronismo. El que la aprovechó en este caso fue Néstor Kirchner a quien hoy se augura por lo menos otros cuatro años de control de la Casa Rosada.
Entre 2002 y 2006 el PBI creció el 40% y el PBI per capita es un 8% más alto que el de 1998, año que marcó el principio del fin del 1 a 1. Hay un leve declive en los últimos meses, pero el crecimiento sigue siendo fuerte. Aparecen, sin embargo, señales de que todo el esquema está fallando. Una de ellas es el cuello de botella energético. Esta es la crisis de hoy que podrí­a convertirse en la oportunidad de mañana.
Pero para que eso ocurra hay que cambiar. En primer lugar no se debe insistir con el negacionismo. Lo que funcionarios como Julio De Vido se cansaron de rechazar -la crisis- finalmente se volvió una realidad que ya nadie puede atribuir a los «agoreros». Fueron necesarios cortes de gas y de electricidad, taxis parados, penurias para conseguir gasoil y las consiguientes protestas para que desde el Gobierno guardasen por lo menos un prudente silencio. No faltó la habitual explicación conspirativa y la transferencia de responsabilidades hacia las empresas del sector, pero el blablablá es inútil, porque el faltante sigue y seguirá por un tiempo.
Las causas verdaderas de la crisis ya se han explicado hasta el hartazgo. Tarifas congeladas que estimulan el uso irracional y falta de inversión que impide aumentar la oferta energética. Esto potencia las dudas de los inversores y crea malas expectativas, a lo que deben sumarse los manoseos del Indec y los controles de precios, todos recursos usados para «frenar» la inflación.
Aunque Felisa Miceli prometa que este esquema se va a mantener por varios años, todos saben que necesita cambios urgentes. Y cuanto antes sean hechos, mejor. Porque lo que está colapsando no es sólo la provisión de energí­a, sino los servicios públicos: el transporte con sus estaciones ferroviarias incendiadas, los colectivos en ruinas, el tráfico aéreo convertido en un infierno, las rutas con creciente deterioro. El sector privado también está comenzando a deteriorarse; basta ver en los supermercados los faltantes de alimentos.
A esto hay que añadir que una variable clave como el nivel de cambio está comenzando a crujir, porque la inflación se está comiendo al dólar a 3,10. í‚¿Podrá competir la «burguesí­a nacional» si pierde el dólar «superalto»?
El oficialismo se niega a hacer cambios que parecen inevitables alegando su costo polí­tico-electoral. No hacerlos después de octubre serí­a, a la luz de la experiencia de los últimos años, mucho más costoso. Sincerar los precios y las tarifas puede generar un golpe inflacionario, pero cuanto más se tarde, más duro será. También hay que terminar con los subsidios y permitir que los salarios se acuerden libremente. En resumen, el próximo gobierno deberí­a evitar la tentación de convertir en polí­ticas permanentes las medidas excepcionales que sirvieron para salir de la crisis pero que la recuperación está tornando obsoletas.