Ultimos dí­as antes de la derrota

Por Joaquí­n Morales Solá
17 de Junio de 2007
Los pronósticos no son buenos. Ni los del tiempo ni los de la polí­tica. El frí­o ha dejado de ser un encanto del invierno y se ha convertido ya en la desesperación de la sociedad y de sus gobernantes. La energí­a fue un problema oculto durante mucho tiempo; se ocultó, sobre todo, la falta de condiciones para la inversión en un paí­s con recursos energéticos. El Gobierno sabe también que camina hacia una derrota en la Capital y sólo pone en duda la dimensión del fracaso. Entrevé, desganado y tibio, la probable aparición de un fuerte liderazgo opositor, inexistente hasta ahora.
í‚¿Será Mauricio Macri ese lí­der de los adversarios de Kirchner? Kirchner farfulla que sí­. No hace mucho debió darle la mano a Macri en un encuentro de circunstancia. El Presidente se la tendió con una sonrisa cómplice: ya nos encontraremos, pareció decirle sin decí­rselo. Cristina Kirchner prefirió, en cambio, saludarlo con la mano mientras miraba para otro lado. El es un polí­tico pragmático, a pesar de sus volcánicas apariencias; ella es una mujer temperamental, a pesar también de sus envolturas más intelectuales.
Kirchner y Macri comparten en la vida una sola coincidencia: los dos creen que el peronismo y el radicalismo están esperando que alguien se acuerde de enterrarlos. Los muertos deben ser sepultados, coinciden a la distancia. Hay otra convergencia, menos explí­cita. Lo sepa o no, Macri es un animal polí­tico que está seguro de que sólo atrapará el poder cuando logre batir a Kirchner. El Presidente intuye, a su vez, que en ese lí­der más joven que él -con ideas y discursos muy distintos de los de él- se podrí­a incubar su relevo polí­tico.
A veces, Kirchner pareció decidido a forzar las diferencias. í‚¿Era necesario someter a Daniel Filmus al impolí­tico apoyo público de Hebe de Bonafini? Filmus está haciendo más de lo que se esperaba de él. Pero el Presidente no lo ayudó y se dio el lujo de disipar cualquier duda: recibió en su despacho a la iconoclasta dirigente el mismo dí­a en que ésta despotricó contra Macri con un arsenal dialéctico que no tiene alma.
Macri no será su relevo si están hablando de octubre. O, al menos, no ha sido eso lo que dijo en los últimos dí­as. Bien usadas electoralmente por el Gobierno, las palabras de Macri no dijeron mucho más de lo que él ya habí­a dicho; lo dice también el sentido común. Esos viejos conceptos suyos subrayan la necesidad de que la oposición busque un eje más sólido que el que tiene ahora y desemboque en menos ofertas que las que hay. Macri ha venido repitiendo eso desde hace más de un mes.
Su ilusión, de todos modos, parece encaminada hacia la decepción. No sólo están los que estaban; también se han agregado y se agregarán otros candidatos presidenciales sin derecho a la esperanza. Hay quienes creen en operaciones del Gobierno para elevar la sobreoferta de desahuciados pretendientes al trono. Sin embargo, es mejor convencerse de que el oportunismo es el único sobrante de la polí­tica argentina. Hay que decirlo sin tantas vueltas: no se llega a la presidencia con sólo proclamar las ganas de ser presidente.
Por ahora, más le vale a Macri pensar que será un referente ineludible de la oposición y cómo gobernará la Capital. Ha demostrado ya que cuenta con la porción indispensable de frialdad que requiere todo jefe polí­tico: se distanció de Blumberg no bien se enteró de que ostentaba un tí­tulo inexistente de ingeniero. Antes, también echó un continente de tierra entre él y el gobernador de Neuquén, Sobisch, cuando la policí­a neuquina mató a un maestro. La carrera hacia el poder no puede detenerse en inservibles compasiones.
Kirchner le dio un manotazo al discurso de Macri cuando mandó a sus diputados nacionales a cambiar la ley que le impide a la Capital tener policí­a propia. Tarde. Un Estado sin policí­a no es un Estado. El principio vale no sólo para el elemental combate del delito, sino también para restaurar la noción más esencial del orden público. El gobierno federal debe transferirle al gobierno de la ciudad la policí­a y su presupuesto.
Pero Macri tendrá dos problemas. Uno es Kirchner. El Presidente cultiva la vieja convicción polí­tica de que el poder se reduce, en última instancia, a contar con suculentos recursos financieros y con buena información confidencial. La Policí­a Federal lo provee de información que nadie tiene. El otro problema es la propia policí­a. Los federales se consideran una tropa especial, por encima del promedio de las fuerzas de seguridad. Se resisten, por lo tanto, a convertirse en una virtual policí­a provincial.
Sea como fuere, Macri deberá encontrarle una solución rápida a su conflicto. Su proyecto polí­tico naufragarí­a si sus promesas para combatir la inseguridad y el desorden no se cumplieran. Nadie lo votó para que administre sólo las plazas públicas. El torneo con Kirchner comenzará el dí­a después de las elecciones del próximo domingo.
En medio de esa batalla ocurrirá octubre. No hay proyectos serios para unificar a la oposición. Sólo existe una propuesta de López Murphy para que los candidatos opositores no se mortifiquen entre ellos; el plan no contempla el acercamiento de nadie con nadie. í‚¿Podrí­a imaginarse a Elisa Carrió en un acuerdo electoral con Roberto Lavagna o a éste resignando su candidatura para apoyar a Carrió o a López Murphy? No hay sustancia en tales especulaciones, aunque los resultados del domingo que viene le podrí­an construir otra escenografí­a al teatro polí­tico.
La eventual aparición de ese liderazgo opositor en la Capital influirá también para confirmar la decisión ya tomada: será Cristina Kirchner la candidata presidencial que se anunciará a mediados de julio. Una constatación estremece a Kirchner: Macri no es un dirigente ajeno al peronismo o a lo que queda de ese partido. Hay bolsones del peronismo que lo sienten como propio. Lo que queda del justicialismo son, en rigor, cacicazgos provinciales sin vertebración nacional.
Si el candidato fuera Kirchner, y si ganara la reelección, se encontrarí­a con que habrí­a conquistado una derrota. El segundo y último mandato constitucional lo enfrentarí­a a un peronismo en la búsqueda inmediata de un nuevo jefe. El justicialismo sigue a Kirchner como ha seguido siempre un proyecto con el poder en las manos. Sin embargo, Kirchner no ha seducido a la mayorí­a del peronismo.
Kirchner sabe que detrás de su reelección se esconderí­an proyectos de futuras conspiraciones. Su esposa, en cambio, tendrí­a la posibilidad de un nuevo mandato, mientras el actual presidente sobrevolarí­a la posibilidad del regreso. Así­, el peronismo y su disciplina podrí­an ser sujetados con más eficacia. El único obstáculo no resuelto aún es el contrato de convivencia en el poder, que marido y esposa deberí­an elaborar más pronto que tarde.
Ese plan teórico comienza a deshilacharse cuando se observan los problemas que agitan a la sociedad. El déficit energético se saldará siempre con problemas sociales, ya sea por la carencia de servicios esenciales o por una parálisis temporaria de la producción. í‚¿Por qué no hay inversiones energéticas en América latina cuando la principal región productora de petróleo, Medio Oriente, está sacudida por cuatro guerras (Irak, Afganistán, el Lí­bano y Palestina)? Kirchner se ocupó más de espantar que de convocar a los inversores. Todaví­a deberá, además, reponerse de la más vistosa derrota electoral que le haya tocado vivir.