El impacto de las fake news: qué sabemos y qué podemos aprender

La Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de la UADE convocó a una nueva edición del ciclo «Debates de Actualidad Polí­tica”.

AE asistió al seminario “El impacto de las fake news: qué sabemos y qué podemos aprender”, con un panel de especialistas integrado por Natalia Aruguete, Luciano Galup y Carla Robbins, con Facundo Cruz como moderador.

Abrió el panel Aruguete, con un análisis de las últimas elecciones en Brasil y la conversación en redes en torno a la figura de Jair Bolsonaro. Destacó que las fake news han existido siempre y que el propósito de ellas es arrasar el terreno discursivo. Si bien hay autores que ponen el foco sobre el receptor, otros analizan a las fake news desde la figura del emisor, entendido como aquel que genera información por encargo, con plena conciencia de generar contenido falso para ser difundido.

En su exposición sobre la campaí±a en Brasil, muestra cómo fue el diálogo polí­tico en twitter en los dí­as previos al balotaje. Define a la figura de Bolsonaro como un “Maverick”, un outsider desde adentro, esto es: polí­ticos nuevos que vienen desde adentro del propio sistema polí­tico.

El análisis de esa red mostró un “astroturfing”, una simulación de movimientos populares y espontáneos que seguí­an una determinada idea, que hací­an campaí±a sucia alrededor de noticias falsas que partí­an desde cuentas de usuarios también falsas.

En Brasil se registró este tipo de polí­tica outsider en términos mediáticos, donde se crean nuevos medios para hacer operaciones polí­ticas y/o mediáticas, sin las pautas que un medio tradicional está obligado a seguir, como por ejemplo contar con un editor responsable. Estos nuevos medios, generadores de “fake news mills” fueron los que activaron los mensajes pro-Bolsonaro y se mostraron más compactos y homogéneos en la discusión y difusión de contenidos falsos en comparación con el grupo opuesto.

Consultada en materia de aplicar regulaciones a esos contenidos maliciosos, sostiene que es necesario pensar las implicancias polí­ticas de este tipo de intercambios pero no es partidaria de dejarle el control a las empresas privadas. Lejos de cerrarse el debate, convoca a pensar cuáles son los lí­mites de estas herramientas cuando se pone en jaque el derecho a la intimidad, a la libertad de expresión e información.

Luciano Galup también coincidió en la falta de novedad del fenómeno de las fake news y ejemplificó con la guerra de Malvinas y la tapa de una revista del momento que publicaba “Estamos Ganando”. Lo que hace distintiva en estos tiempos la proliferación de estas noticias falsas, sostiene, es la velocidad con la que se propagan, su masividad y el bajo costo de su circulación, pero su irrupción no es culpa de internet sino de las sociedades polarizadas en las que vivimos.

Admite, al igual que Aruguete, desconocer qué hace la gente con esas noticias falsas (además de hacerlas circular) ya que faltan estudios en materia de recepción de fake news, pero tiene algunas aproximaciones sobre cuál es su impacto:

Estudios muestran que en Argentina un 47% de la gente confí­a en el contenido que consumen los otros, mientras que un 52% dijo confí­ar en la información que él mismo consume. O sea, la mentira en todo caso la generan los otros, lo que yo consumo es más veraz.

En la campaí±a presidencial de Donald Trump se vió que quienes más consumí­an información falsa eran los votantes identificados con el candidato republicano, operando ésta como un refuerzo de opinión.

Consultado sobre estimular el chequeo de noticias, sostiene que esta medida le habla al votante medio responsable, pero no es la mayorí­a. Los usuarios hacen circular información que refuerza su posicionamiento polí­tico sin chequear el contenido que difunde. Por lo tanto, apelar al chequeo de contenidos, camino que han tomado muchos paí­ses del mundo incluido el nuestro con motivo de la campaí±a electoral próxima, no serí­a una salida para combatir la información falsa que circula en la red. Existe una avaricia cognitiva, o sea, una baja voluntad de cambios de opinión. Las personas buscan confirmar creencias y para eso tomamos atajos cognitivos que reducen al máximo el esfuerzo mental para realizar una tarea.

Respecto de la evidencia empí­rica sobre el cambio de comportamiento electoral por el uso y/o exposición del votante a fake news sostiene que no hay estudios que hayan confirmado cambios de votos frente a la exposición de noticias de falsas. Las fake vienen a confirmar los extremos que ya existen, por lo tanto no habrí­a cambios en ese nivel.

“Se difunden porque refuerzan ideas preconcebidas y además porque hay confianza en la fuente generadora de esos contenidos, aunque eso enlode la cancha discursiva”

tal como seí±aló Arugete, que es su principal objetivo.

Consultados los tres expositores sobre la necesidad de regular estos contenidos falsos, los tres coincidieron en que esto se torna un problema ya que la red le da voz a muchos sectores que no la tienen y regular esto sólo contribuirí­a a amplificar las voces de los más poderosos.

“El Estado regulando no es una buena idea. Deberí­a apuntarse a una autorregulación como norte de convivencia”.

Carla Robbins, periodista del New York Times y especialista en la temática, también comparte esta lí­nea y seí±ala que no hay que dejar de consumir ningún medio, sino ampliar el consumo de otros para contar con más herramientas de análisis frente a una realidad cada vez compleja.

En resumen, las fake news reflejan lo que somos. No construyen escenarios polarizados sino que son un reflejo de éstos. Lejos de ser un fenómeno novedoso, fueron adatándose a las nuevas tecnologí­as y convirtiéndose en una poderosa herramienta para contaminar la discusión y obtener algún beneficio a cambio, ya sea como propaganda clásica o bien para generar provocación y odio en determinados sectores de la sociedad. Como sea, nunca pasan desapercibidas.

Las redes sociales han modificado sustancialmente la forma que tenemos de relacionarnos con nuestro entorno y han abierto nuevos canales de producción y distribución de la información que en tiempos electorales son aprovechados por los todos los actores que intervienen en el proceso.

Si bien las teorí­as de la comunicación enmarcadas en el modelo de la aguja hipodérmica, han sido rebatidas desde hace décadas, es difí­cil pensar que las fake news no operan en nuestros sistemas de preferencias y modifican también nuestras decisiones electorales.

Que no podamos contar con estudios empí­ricos hasta el momento, no significa que la difusión de noticias con contenido falso funciona como simple “confirmador” de posiciones polí­ticas ya asumidas.

Es necesario pensar soluciones para combatir la plaga de desinformación que se propaga por todo el mundo, porque las personas toman decisiones en base a la información con la que cuentan, pero sin perder de vista que un exceso de regulaciones terminarí­a afectando derechos fundamentales y contribuyendo a medidas de censura y lí­mites a la libertad de expresión.

Si tal como mencionaron los expertos, el camino de la normativa no es la solución, ¿sobre qué bases deberá asentarse esa autorregulación que proponen?.

Algunos consideran que la respuesta puede encontrarse en una mayor profesionalización del periodismo para recuperar la confianza de la audiencia, sumado a una mayor educación de los ciudadanos para poder tener un pensamiento crí­tico, aprendiendo a detectar y “filtrar” el contenido falso que irremediablemente seguirá circulando en la red.

¿Será suficiente?

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