Hemos entrado en el proceso más largo democrático de nuestra historia, 32 aí±os, octava elección presidencial consecutiva. Vivimos el primero balotaje de la historia nacional a nivel presidencial. A pesar de nuestras preferencias políticas, debemos sentir alegría por esto.
Por primera vez viviremos un cambio de ciclo donde un presidente saliente deja un Estado con herramientas para gobernar; por primera vez vence un candidato que no pertenece a nuestros dos grandes partidos históricos: UCR o PJ.
La alternancia habla de la salud de una democracia, y este aí±o hemos visto alternar muchas gobernaciones: Jujuy, Mendoza, Buenos Aires, Tierra del Fuego, Chubut; no podemos dejar de mencionar los casos de Rio Negro, Santa Cruz y La Pampa, donde no hubo alternancia de Partido, pero sí de línea interna.
Elecciones muy disputadas no sólo a nivel nacional, en la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Rios y Tucumán.
La democracia está viva, pero entramos en una nueva etapa donde debemos mejorar la calidad de la misma. Esto implica hablar de la necesidad de ciertas reformas, algunas nacionales (empadronamiento, sistema de boletas, cantidad de partidos políticos, etc), otras provinciales (cantidad de reelecciones, sistemas electorales: eliminar lemas, acoples, colectoras, etc).
Tendremos un presidente que no fue la primer preferencia de muchos de los argentinos y que no tendrá mayorías parlamentarias, nos encontramos con la oportunidad histórica de demandar la rendición de cuentas, las transparencia, el cumplimiento de las promesas de campaí±a y la participación activa de la sociedad civil en las decisiones de gobierno.
Se abre una etapa de posibilidades para un mayor protagonismo y control por parte de la ciudadanía, será fundamental tomarla.