En Argentina Elections seguimos sumando voces de especialistas e intelectuales. Ahora es el turno de Constanza Serratore, Doctora en Filosofía y docente en la UBA.
Por Constanza Serratore
«Termina el debate y empieza el debate†dicen los equipos técnicos de los presidenciables que ayer se presentaron a la histórica contienda retórica  presidencial. Histórica para Argentina que, lamentablemente, no había tenido hasta ayer una instancia de intercambio entre los candidatos a presidente.
Lo que vimos fue tal vez acartonado, especialmente al principio, algunos candidatos estuvieron nerviosos y a otros se le notaron mucho los hilos del guión preestablecido. Sin embargo, todos los que fueron se expusieron. Lo cierto es que decidir mostrarse ante los ciudadanos pone en evidencia una doble posibilidad: mostrarse para seducir, pero también para comprometerse.
En el terreno de la seducción no hay nada nuevo, con este mismo objetivo están los spots publicitarios y las múltiples notas que se les hace individualmente. Pero en el terreno del compromiso, lo que ocurrió fue novedoso. Todos tomamos nota y es posible que si alguno de estos cinco candidatos asume la primer magistratura del gobierno, muchos de nosotros le reclamaremos si se aleja de lo que expresó anoche.
El debate fue, deseamos, un mojón en la historia argentina que vino para quedarse. Pero ¿qué es lo que lo hace relevante? ¿Su importancia es mensurable sólo en términos de números, en términos de ganadores y perdedores? ¿Un debate puede modificar el voto que alguno de los ciudadanos ya tenemos definido? Todas estas preguntas pueden ser respondidas sólo tentativamente, sin ninguna certeza o precisión en lo que se dice.
No teniendo, por lo tanto, un reaseguro en el plano de lo prospectivo, proponemos  que antes de seguir arriesgando hacia un adelante temporal, indaguemos arqueológicamente. Intentemos responder, por lo tanto, las siguientes preguntas:  ¿qué es la democracia y en qué medida un debate puede enriquecerla?, ¿cuáles fueron las características relevantes de las democracias anteriores a la nuestra?
Cuando hablamos de la democracia ateniense, por lo general hacemos hincapié en la sustancial característica de que en esos tiempos la esclavitud estaba naturalizada. Si bien esto es cierto, conceptualmente podríamos también seí±alar otra característica significativa que nos permite pensar en nuestra democracia. En efecto, los atenienses tenían una democracia directa: las decisiones las tomaban los ciudadanos en el ágora. Para ello era de vital importancia el desempeí±o retórico de quienes exponían las posiciones. Recordemos que el valor de los sofistas residía justamente en la educación de las virtudes oratorias de los jóvenes que buscaban lugares de poder.
Por otro lado, el pasaje de la monarquía a la república romana consiste –muy rápidamente- en que quienes envestían la primer magistratura eran elegidos por un período de tiempo limitado (un aí±o) y eran responsables por sus actos. A diferencia del rey, los cónsules eran colegiados, no ejercían el cargo de por vida y debían dar cuenta ante el senado o la población de sus decisiones en el gobierno. Esta responsabilidad para los romanos no era sólo política sino que también era penal. De vital importancia era, por lo tanto, la capacidad oratoria que los magistrados debían desarrollar no sólo en el ejercicio de su cargo, sino también una vez que lo abandonaban. Sólo basta recordar la importancia que Cicerón concede a sus orationes jurídicas, políticas y filosóficas.
La democracia moderna toma elementos de los atenienses y de los romanos. La sustancial diferencia que establece con el sistema democrático ateniense reside en que ya no se trata de una democracia directa, sino de la elección de los representantes. Podría decirse que esta modificación depende más que de una cuestión conceptual, de una cuestión de hecho: se trata del pasaje de la ciudad-estado a los grandes estados territoriales. Una verdadera democracia directa es posible solamente en un estado muy pequeí±o, sostiene Rousseau en El contrato social.
Sin embargo, otra consideración acerca de la democracia y su evolución histórica es posible. No se trata sólo de una cuestión fáctica, sino también de una cuestión de principios. El problema está contenido en el mismo concepto de demos. El pueblo no es necesariamente la plebe, ya lo sabía Maquiavelo, y las decisiones no las toma el colectivo pueblo sino los representantes.
Este es el motivo por el cual es tan importante lo que ocurrió anoche. Nosotros, el pueblo, solo vamos a elegir a nuestros representantes el próximo 25 de octubre –y eventualmente el 22 de noviembre, si hubiera segunda vuelta-, pero no vamos a tomar las decisiones a mano alzada como si fuéramos una democracia directa. Por ese motivo es una cuestión de principios que los candidatos debatan. Se deben exponer para que nosotros los podamos, primero elegir, y luego corregir si se apartan de sus palabras. La circulación de la voz de los candidatos es fundamental para que nosotros seamos protagonistas de nuestras decisiones. Democracia es el gobierno del pueblo, con todas las dificultades que el término tiene. Si queremos democracia, debemos escuchar a los candidatos, compararlos y decidir para luego definir. Como sostiene Foucault, “donde hay poder, hay resistencia†y la resistencia nunca es exterior a los entramados del poder.
El debate de anoche fue relevante, por lo tanto, porque nos permitió a los ciudadanos estar un poco más adentro del entramado del poder, conocer a los candidatos y tomar las decisiones. Todos aquellos que no hacen circular su voz, nos obturan el lugar para resistir y donde no hay resistencia, nos proponen obediencia. La democracia no tiene nada que ver con obedecer, la democracia no es sumisión o un cheque en blanco a quienes no nos dicen quiénes son o qué quieren hacer con el poder que les damos. La democracia es el riesgo que asumimos gobernantes y ciudadanos y la obligación de dar cuenta de nuestras decisiones.