Esperando el milagro, un análisis sobre el bastión bonaerense.

1430953436Por Lic. Laura Virginia Mor.

Un resultado no esperado, una provincia históricamente peronista ahora en manos de la oposición y un panorama que requiere una autocrí­tica profunda.  Así­ está la provincia de Buenos Aires, luego de un domingo electoral agitado.

La Provincia de Buenos Aires es el principal distrito del paí­s con 11 millones 800 mil votantes, y que representa el 37% del electorado.  Una verdadera prueba de fuego para cualquier aspirante a la Primera Magistratura del paí­s.

Históricamente desde la vuelta a la democracia, el partido que ha triunfado en este distrito, triunfó en esa Primera Magistratura. También, históricamente, ha sido un bastión del peronismo, que ha gobernado la provincia desde 1987 con sus distintas variantes.

El radical Alejandro Armendáriz fue el último gobernador no peronista del distrito y desde ese momento lo sucedieron Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde (reelecto en dos perí­odos, 1991 y 1999), Carlos Ruckauf, Felipe Solá (también reelecto entre 2002 y 2007) y Daniel Scioli, que asumió la gobernación en 2007 y fue reelecto.  La Provincia cuenta con 135 municipios, en su mayorí­a gobernados por el peronismo disidente o el peronismo kirchnerista.

Previamente a las PASO, la Provincia se colmó de precandidatos oficialistas buscando ser la sucesión de Daniel Scioli -quien la gobierna desde hace ocho aí±os- hasta un llamado de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner a un “baí±o de humildad”, sólo llegaron a competir entre sí­ por el Frente para la Victoria Aní­bal Fernández y Julián Dominguez. Aní­bal ganó la pulseada interna y fue el candidato a gobernador por la continuidad; aunque no fue el candidato que lograse un mayor caudal de votos en las primarias.

Los sondeos no lo beneficiaban a Aní­bal, pero el kirchnerismo insistió en su figura ante su adversaria polí­tica Marí­a Eugenia Vidal, candidata por Cambiemos.  La jugada fue clara: el “efecto arrastre” que toda elección presidencial conlleva.  Atendiendo a la regla, Aní­bal arrastrarí­a el voto de Daniel Scioli -quien también se vislumbraba como ganador-, confianza en los “barones del conurbano” mediante.  Scioli aumentarí­a su visibilidad en actos de gestión con Cristina y ello indirectamente repercutirí­a en la provinicia también.

El oficialismo esperaba el milagro: que el candidato a gobernador –cuya categorí­a está en el medio de una boleta de siete tramos- se lleve por arrastre los votos de las puntas: el de la categorí­a Presidente por competir por el principal cargo del paí­s y el de la categorí­a intendentes, por tener más cercaní­a con los votantes.  A ese milagro ví­a urnas se sumaba el milagro de las alianzas municipales entre diferentes frentes para perjudicar a un tercer candidato.  No es tiempo de milagros parece, al menos no para el oficialismo.

Ni el “efecto arrastre” fue de la magnitud esperada ni las alianzas jugaron a su favor.  El peronismo –en su variante kirchnerista- perdió por primera vez en la historia su caballo de Troya, reescribiendo la historia de la supremací­a en el territorio bonaerense.

La apuesta por la continuidad parece ser la causa preponderante de esta derrota. Si a un slogan tan fuerte como ese le sumamos que Aní­bal, si bien logró superar la interna kirchnerista, no era el candidato con mejor imagen popular en la Provincia, las cuentas comienzan a cerrar. Cambiemos ofrecí­a el cambio, y si consideramos que el actual gobernador de Buenos Aires es el propio candidato a Presidente, la opción del electorado fue clara.  Si a esto le agregamos que ese candidato a Presidente del cual se esperaba el “efecto arrastre”, tampoco era el que contaba con mejor imagen dentro de los precandidatos, el escenario actual ya no parece tan sorpresivo.

Una decisión errada de llevar un único candidato a las primarias, no serí­a gratis. Y no lo fue.

Las primarias fueron el leit motive de la democracia en estos últimos tiempos, y el partido impulsor de esas PASO llevó una lista única, con un candidato que unos meses atrás habí­a sido catalogado por el propio Frente para la Victoria como “el candidato de los buitres” en igualdad con sus adversarios presidenciables posibles.

Resignificar un candidato no es algo fácil de lograr. Intentarlo unos meses antes de las elecciones parece más difí­cil. Realizarlo sobre la desmemoria de las significaciones que emergieron del propio rií±ón del oficialismo parecí­a no ser la mejor opción para millones de argentinos. Y tampoco lo fue.  Esa esquizofrenia ideológica fue la que los ciudadanos no siguieron; como tampoco siguieron sus propios militantes, jugándole una mala pasada en las urnas.

El oficialismo cometió el grave error de esperar el milagro, y eso le costó la hegemoní­a histórica en uno de los distritos más importantes del paí­s.

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