El aplastante triunfo de Cristina confirmó para todos los argentinos el carácter insoslayable del kirchnerismo. En los días posteriores al 23, ocurrieron escenas impensables. Antikirchneristas cerriles de ayer reconocían que «algo bueno debe haber hecho» el gobierno para recibir el apoyo de la mayoría. Por Julio Burdman.*
El fin de la negación del fenómeno K nos permite distinguir entre dos tipos e oposición: una vieja, que nunca lo reconoció, perimida a partir de hoy, y una emergente, que da por hecho el lugar central que el kirchnerismo ocupa en la política argentina de la última década.
Quienes ningunearon al kirchnerismo lo hicieron de tres formas. Primero, nunca terminaron de aceptar su respaldo social. Antes se dijo que Néstor Kirchner no duraría, que era el “chirolita de Duhaldeâ€, un rehén del PJ que no resistiría dos semanas con las tapas de los diarios en contra, y después que solo se sostenía a fuerza de clientelismo, fraude electoral y aprietes a los gobernadores para comprar adhesiones. Segundo, dijeron que no era auténtico: Kirchner no era de centroizquierda, sino un gobernador menemista, corrupto y obsesionado por el dinero, sin un real compromiso con los derechos humanos, y para colmo, “no era peronistaâ€. Tercero, y lo más grave, dijeron que era una amenaza para la república democrática. El kirchnerismo era, amén de parroquial, hegemónico y autoritario. El paroxismo fue su equiparación al fascismo.
Carente de legitimidad y de credenciales, inmoral y potencialmente anticonstitucional, el kirchnerismo no era un adversario normal de una competencia democrática. Era algo anormal. Y esa anormalidad requería respuestas extraordinarias. Así fue que buena parte de la oposición dejó de lado la discusión de ideas, liderazgos y políticas públicas -digamos, la competencia democrática normal- y se embarcó en una estrategia antisistema, sobre todo en lo discursivo -el «republicanismo»- y también en la acción -el Grupo A. Había que impedir la continuidad del kirchnerismo de cualquier forma, y ese objetivo se apoderó de ellos. En el camino, perdieron contacto con la realidad de los votantes que querían representar.
No es fácil explicar por qué tantos políticos opositores talentosos jugaron a fondo esa estrategia tan extrema, que los dejaba fuera de juego si el kirchnerismo sobrevivía. Probablemente, negarse a aceptar la era K venía de la mano de no aceptar tampoco los cambios que sobrevenían a la crisis de 2001 – 2002, de los que el kirchnerismo es una interpretación posible. No toleraron que se estaban cuestionando las políticas económicas previas, que el kirchnerismo haya irrumpido tan de golpe («Â¿quiénes se creen que son?»), que muchos habían cumplido un ciclo. Todo un mundo había caído. Esto, claro, es fácil de escribir pero difícil de aceptar en el cuerpo.
Esta oposición que nunca aceptó al kirchnerismo, la vieja a partir de ahora, cometió errores de conceptualización y estrategia. Buena parte de la UCR, el duhaldismo y la Coalición Cívica quedaron anclados en un prekirchnerismo ya que postulaban un regreso a un lugar previo. No casualmente, Duhalde y Carrió fueron protagonistas de la crisis de 2001. La emergente, en cambio, parte del kirchnerismo y postula un poskirchnerismo.
*LOS EMERGENTES*
Ahora, el futuro opositor estará en manos de aquellos que se ofrezcan a la sociedad una alternativa política diferenciada de la experiencia actual, pero tomando a su existencia insoslayable como punto de referencia. El Pro y el Frente Amplio Progresista son los más emplazados para desempeí±ar ese rol.
El FAP nace para competir en las elecciones de 2011 y cuenta, en esta pugna de las generaciones opositoras, con las ventajas de la juventud. Su primera campaí±a se planteó alrededor de presentar una propuesta de gestión sobre un programa económico moderado, una visión socialdemócrata del Estado, una imagen de gestión, una defensa del campo y el federalismo, y una alianza sindical con el sector “tradicional†de la CTA. El kirchnerismo, para ellos, no es un bicho inmundo sino un adversario populista con un programa y un electorado diferentes. Los orígenes del socialismo santafesino, la fuerza más importante del FAP, están vinculados al Partido Socialista Popular de Estévez Boero, tal vez el menos gorila de los partidos no peronistas del Siglo XX.
El Pro, por su parte, tiene un ala prekirchnerista y otra poskirchnerista. Pero la segunda finalmente se impuso en este aí±o electoral. La clave de este corrimiento fue que Mauricio Macri, quien tenía un pie en cada vereda, finalmente optó por la pos.
El Pro prekirchnerista era el más ansioso por tejer alianzas con la vieja oposición, realizando acuerdos electorales de “consensoâ€, plegándose a la estrategia del Grupo A, y adoptando el discurso institucionalista. En la mesa chica, en 2011 se decidió abandonar este camino en pos de un estilo basado en la imagen de gestión, la comunicación populista y los liderazgos convocantes. De hecho, las figuras en ascenso del macrismo prekirchnerista, como Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti, pasaron a un segundo plano electoral. Las figuras del macrismo versión 2011 fueron el propio Mauricio –protagonista excluyente de la elección porteí±a- y sus candidatos más exitosos en el interior: el humorista Miguel Del Sel y el productor agropecuario Alfredo Olmedo, quienes quedaron en segundo lugar en sus distritos haciendo elecciones sorprendentes. Se suma al grupo exitoso su primo, Jorge Macri, intendente electo de Vicente López.
Esta estrategia de comunicación más cercana al conservadurismo populista que recomienda Jaime Durán Barba, como la del FAP, no niega al kirchnerismo sino que coexiste con él, buscando una representación diferenciada sobre sus falencias y captando las porciones del electorado en las que éste no penetra.
*Publicado en El Estadista el 27 de octubre de 2011