El 2.0 trae también malentendidos

 

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Siguiendo con nuestro foco sobre el 2.0 un amigo nos hizo llegar esta interesante nota que fue publicada en el diario Página/12 donde el sociólogo Gerardo Adrogué hace notar que las nuevas tecnologí­as nos «encandilan» y que hay malentendidos que deben ser aclarados.

Los malentendidos de la polí­tica 2.0
Por Gerardo Adrogué *

Página/12
27 de septiembre 2011

Las novedades llaman la atención. En algunas ocasiones sacuden la realidad y en otras la redefinen. Pero a veces también encandilan, generando malentendidos. La irrupción de las nuevas tecnologí­as de la información basadas en Internet y en la telefoní­a celular en el mundo de la comunicación polí­tica es un buen ejemplo al respecto.

Es cierto que un creciente número de polí­ticos, especialmente en tiempos de campaí±a electoral, sucumben ante la fascinación que provocan las páginas web, los blogs, Facebook, Twitter o Flickr. Con inusitada convicción sostienen que una campaí±a sin estrategia 2.0 es una campaí±a anticuada y destinada al fracaso, que las nuevas tecnologí­as de la información han enterrado la forma en la que se hizo polí­tica durante el siglo XX. Sin embargo, para juzgar y valorar la polí­tica 2.0 en su justa medida es preciso aclarar antes un par de malentendidos o equivocaciones.

El primero de ellos es sobre su alcance. Cifras como la cantidad de usuarios de Facebook en el mundo o de seguidores de Obama en Twitter hechizan e invitan a pensar en una nueva esfera pública más inclusiva, donde finalmente hay lugar para todos. Pero el mito se desvanece cuando se descubre la vieja lógica del capitalismo en la construcción del nuevo mundo digital. En efecto, en la Argentina, como en otras latitudes, la incorporación de las nuevas tecnologí­as experimentó un crecimiento exponencial en sus comienzos, seguido de otro moderado, para culminar en una suerte de estancamiento. En 1997, apenas el uno por ciento de los hogares argentinos tení­a computadora y acceso a Internet, cifra que creció al 10 por ciento en 2001 y al 35 en 2010. Hoy en dí­a este crecimiento prácticamente se detuvo y la mitad de los hogares en el paí­s aún no tiene computadora ni acceso a Internet. ¿Quiénes quedan afuera? La gran mayorí­a de los pobres, de las personas con menos educación formal, de los adultos mayores y, en nuestro paí­s, de quienes viven alejados de los grandes centros urbanos. Lo cierto es que el mercado construyó la “nueva” esfera pública a su imagen y semejanza. Y la inclusión no es su rasgo dominante. Hoy nos enfrentamos a un nuevo tipo de desigualdad social conocida como la brecha digital, concepto que alude a las desigualdades de acceso, de uso y de calidad de uso de las nuevas tecnologí­as de la información. Para reducir la primera de estas desigualdades, el gobierno nacional puso en marcha el programa Conectar Igualdad, por el cual se distribuyen computadoras gratis a alumnos y docentes de las escuelas secundarias. Iniciativas similares fueron implementadas, entre otros, por los gobiernos de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia de San Luis. Pero superar la brecha digital promete ser una tarea tan deseable y formidable como reducir la pobreza o distribuir el poder. Así­ las cosas, no habrí­a que dejarse engaí±ar por la cantidad de amigos o de hashtags. Internet y sus aplicaciones siguen siendo una cosa de pocos, o al menos de los mismos de siempre.

El segundo malentendido sostiene que la polí­tica 2.0 ha reinventado la participación polí­tica. Ahora serí­a más libre, horizontal y democrática. Es innegable que las nuevas tecnologí­as ampliaron y diversificaron los canales y las formas en que se genera, circula y consume la información polí­tica. También que abrieron nuevas ví­as de expresión y que lograron oxigenar, aunque con éxito esquivo, formas tradicionales de organización polí­tica (un ejemplo fueron los “eventos” que se organizaron desde my.barackobama.com durante la última campaí±a presidencial en Estados Unidos). Pero es un grave error analí­tico sostener que este conjunto de novedades dio vida a un nuevo y mejor tipo de participación polí­tica.

Llegar a esta conclusión requiere en primer lugar mutilar el concepto de participación polí­tica. Reducirlo a manifestaciones aisladas de la conducta, como donar dinero a una campaí±a (los famosos 500 millones de dólares de Obama), la ocasional participación en una cadena de e-mails, escribir o leer experiencias personales en un blog, subir videos caseros a YouTube, o mirarlos, seguir por Twitter al candidato de turno, o chequear en Facebook las novedades de una campaí±a electoral. Prácticas que, además, tienen un alcance modesto en nuestro paí­s. Apenas el 10 por ciento de la población en condiciones de votar ha realizado al menos una de ellas en el último aí±o. Estos ejemplos desnudan el común denominador de la participación polí­tica en el mundo digital: lo individual, inconexo y caótico que, al mismo tiempo, es efí­mero y autorreferencial. Lo cierto es que la participación que alienta el mundo digital parece alejarse del ideal democrático de la acción colectiva, aquella que transforma la realidad en un sentido previsto gracias al diálogo, la argumentación y el convencimiento del otro.

Esta equivocación supone también el fin de la mediación polí­tica. Las nuevas modalidades de comunicación bidireccional y multidireccional ofrecerí­an el soporte para que los ciudadanos, además de recibir información, se comuniquen “directamente y sin filtros” con el lí­der, el candidato o el jefe de campaí±a y perciban que sus opiniones importan y modifican el curso de acción. La prueba del fin del modelo tradicional de la comunicación polí­tica serí­a el surgimiento de este nuevo ví­nculo í­ntimo, no mediado, entre los votantes y el candidato. Pero lo cierto es que hasta el dí­a de hoy, estas experiencias no pasan de ser situaciones donde el individuo-internauta vive la ilusión de la creación de sentido (generación de contenidos para ser más exactos) y, en consecuencia, experimenta de manera efí­mera y quimérica relaciones de poder pretendidamente más horizontales o democráticas. Nada cambia, lo que no se desvanece en el ciberespacio es pronto reencauzado. Quién mejor que Joe Rospars, jefe de Nuevos Medios de la Campaí±a de Barack Obama, para aleccionarnos al respecto: “No se engaí±en. Una de las lecciones clave que descubrimos en la organización de Obama ’08 fue que cualquier esfuerzo grassroots, es decir de abajo hacia arriba, tiene que ser dirigido de arriba hacia abajo”. En consecuencia, sabiendo que es imposible recrear en sociedades tan complejas como las que nos toca vivir una participación polí­tica sin intermediación alguna, que diluya las relaciones de poder como si todos estuviésemos en el ágora (ahora digital) con las mismas condiciones de ser vistos y escuchados, deberí­amos preguntarnos mejor quién se beneficia con el malentendido de su existencia y con la consecuente deslegitimación de las instituciones que deberí­an canalizar y mediar la participación polí­tica de los ciudadanos, esto es los partidos polí­ticos.

En definitiva, aunque no reinventó nada, la polí­tica 2.0 trajo unas cuantas novedades y algunas podrí­an ser buenas, además de inevitables. Pero para ello es preciso superar la brecha digital y aclarar algunos malentendidos que, de persistir, sólo perjudicarán (en vez de mejorar) la calidad de la polí­tica y de la participación en el siglo XXI.

* Sociólogo, especialista en Análisis de Opinión Pública; director de Knack Argentina.

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