La era CFK: Ricardo López Gí¶ttig

Argentina Elections realiza una encuesta a diversos académicos sobre los recientes comicios nacionales y la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Presentamos hoy la entrevista a Ricardo López Gí¶ttig .Por Hugo Passarello Luna


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La era CFK
Con el objeto de proveer una perspectiva académica en vistas de los resultados de las elecciones de Octubre de 2007, Argentina Elections envió una encuesta (1) a reconocidos especialistas polí­ticos en Argentina. El cuestionario giró en torno a tres ejes: el sistema electoral y polí­tico en vistas de las últimas elecciones, el sistema partidario argentino y la futura gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Participan en esta serie de entrevistas varios expertos de universidades y centros de estudios tanto de Argentina como de otros paí­ses. En esta oportunidad les presentamos la entrevista a Ricardo López Gí¶ttig.
En las próximas semanas compartiremos las respuestas de otros entrevistados.
Serie anterior: Sobre el significado y relevancia historia y polí­tica de las elecciones de Octubre de 2004 Argentine Elections realizó una serie similar en el perí­odo previo a las elecciones nacionales del 28 de octubre del 2007. Del mismo participaron reconocidos polí­ticos y especialistas en Argentina, tanto del exterior como del paí­s.Puede ver esa serie accediendo a este enlace
(1) Entendemos como encuesta, “un conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa, para averiguar estados de opinión o diversas cuestiones de hecho.” (Real Academia Espaí±ola)
Ricardo López Gí¶ttig
Ricardo López Gí¶ttig nació en 1966 en la Ciudad de Buenos Aires. Egresó de la Carrera de Historia en la Universidad de Belgrano y es PhD en Historia, egresado de la Universidad Karlova de Praga (becario del Gobierno de la República Checa en 1997-2000), habiéndose especializado en transiciones a la democracia en Europa central y oriental. Es doctorando en Ciencia Polí­tica en la Universidad de Belgrano. Autor de los libros “La república de los sofistas” y “Los fundadores de la República”, así­ como de trabajos académicos publicados en Argentina, Europa y América Central. Sus artí­culos de opinión se publican en diarios de Buenos Aires como La Nación, Perfil, Infobae, La Prensa y La Capital (Rosario). Actualmente es Director de la Carrera de Ciencia Polí­tica en la Universidad de Belgrano y es Profesor en la UB y ESEADE. Es investigador asociado de CADAL.
Sistema Electoral y Polí­tico
Estas últimas elecciones recibieron el voto del 71.81% del electorado (alrededor de 7 millones de personas no se presentaron a votar). Este es el porcentaje más bajo desde el retorno de la democracia en 1983. Asimismo, hubo una enorme deserción de los ciudadanos llamados a ser autoridades de mesa. Y el dí­a mismo de los comicios demostró ser un desafí­o logí­stico obligando a muchos ciudadanos a esperar horas para poder votar.
En vistas de estos sucesos, ¿Qué cambios cree necesita el sistema electoral y polí­tico para encarar este nuevo escenario?

La obligatoriedad del sufragio es uno de los puntos a revisar, ya que muchos ciudadanos están comprobando que en la práctica no existe ninguna sanción para quienes no concurren a los comicios. Esta disposición tuvo origen en la Ley Sáenz Peí±a de 1912 que estableció el voto obligatorio y secreto (y la representación de la primera minorí­a en la Cámara de Diputados), procurando que los ciudadanos argentinos concurrieran masivamente a votar en las elecciones. Hasta 1912, el voto era universal masculino, voluntario y “reservado” (se entregaba el voto al presidente de mesa, quien lo depositaba en la urna, pero sin cuarto oscuro). Esto llevaba a que los padrones fueran adulterados en su composición, hasta que en la presidencia de Figueroa Alcorta (antecesor de Sáenz Peí±a) se estableció el uso del padrón militar con fines electorales. La obligatoriedad del sufragio continuó su existencia desde 1912, e incluso fue incorporada al texto constitucional durante la reforma de 1994, a instancias del denominado Pacto de Olivos celebrado entre Carlos Menem y Raúl Alfonsí­n. Este mecanismo compulsivo es una de las herramientas que perpetúan el clientelismo polí­tico, puesto que aquellos que no sufragan temen las represalias de los “punteros”, de las “maquinarias polí­ticas” y la pérdida de beneficios sociales que se otorgan a cambio del voto.
Otra de las cuestiones fundamentales que desalientan la participación cí­vica en grado creciente es la falta de institucionalización de un sistema de partidos que sea competitivo y de alternancia. Por un lado, las etiquetas partidarias varí­an de una elección a otra, así­ como las trayectorias de los candidatos. No permiten que el ciudadano pueda identificar claramente las opciones programáticas, privilegiando de este modo la selección de figuras notorias de gran presencia mediática (un buen ejemplo reciente es Daniel Scioli, el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires). Pero con institucionalización no quiero decir más legislación, sino todo lo contrario: creo que no debe haber una ley de partidos polí­ticos. Estas normas han posibilitado una serie de alquimias electorales que financian a los denominados “sellos de goma” de existencia efí­mera, que no reúnen el mí­nimo de afiliados que establece la ley (a veces reciben menos votos que el número de base de afiliados que deben tener), pero que actúan como satélites de los partidos mayores. En general, actúan como una válvula de escape de los problemas internos no resueltos del peronismo. El ciudadano argentino se siente muy alejado de los partidos polí­ticos, puesto que estos no necesitan incrementar adhesiones. En ellos rige la Ley de Hierro que postuló Robert Michels, en donde una pequeí±a oligarquí­a toma todas las decisiones relevantes (candidaturas, programas, estrategias de campaí±a, coaliciones). Creo que una fuerte desregulación de la polí­tica llevará a que los partidos busquen nuevas fuentes de financiamiento (de los afiliados, por ejemplo, como ocurrí­a en el Partido Socialista a comienzos del siglo XX) y a que presten mayor atención a las demandas cí­vicas. Los partidos hoy no hacen nada para entusiasmar a los votantes, no generan alternativas ni intentan ganar adeptos pensando en su futuro. Me permito recordar que el primer Estatuto de Partidos Polí­ticos fue creado durante la breve dictadura del general José Félix Uriburu –un impulsor del corporativismo- para impedir la reorganización del radicalismo yrigoyenista y la existencia del Partido Comunista. La dictadura nacionalista de 1943-1946 empleó el mismo Estatuto para establecer quiénes y cómo podí­an refundar los partidos tradicionales. El peronismo utilizó la ley de partidos polí­ticos para impedir la formación de coaliciones opositoras, y en las presidencias de Frondizi, Guido e Illia, se utilizó esta ley para proscribir al peronismo.
En tercer término, considero que deberí­an establecerse claros lí­mites a las reelecciones, ya sea para cargos ejecutivos como para escaí±os legislativos. Esto implicarí­a, al igual que para restablecer el voto voluntario, una reforma constitucional. Pero en principio, deberí­an eliminarse los diputados y senadores “suplentes”, una anomalí­a claramente inconstitucional. De este modo, cuando las bancas quedan vacantes, se debe convocar a comicios parciales, tal como ocurrió hasta los aí±os sesenta. También deberí­an habilitarse las candidaturas de ciudadanos sin respaldo partidario, es decir, los independientes.
En resumen, el voto voluntario, lí­mites a las reelecciones, la derogación de la ley de partidos polí­ticos y las candidaturas independientes son algunos elementos –pero no los únicos- que permitirí­an oxigenar la democracia argentina. A mi criterio, las distintas variantes de reforma polí­tica que han propuesto varias ONG (circunscripciones uninominales o binominales, internas abiertas obligatorias, etc.) sólo complicarí­an más el sistema, pero no lo harí­an competitivo y abierto.
Partidos Polí­ticos
Los comicios del 28 de octubre del 2007 mostraron un escenario donde las alianzas partidarias fueron la regla. Ninguno de los dos tradicionales partidos (la Unión Cí­vica Radical y el Partido Justicialista) se presentaron como tales sino junto a diversas alianzas. ¿Cómo observa el futuro del sistema partidario en Argentina?
En lo inmediato, se fortalecerán los cacicazgos polí­ticos, particularmente en torno a quienes detenten cargos ejecutivos (presidenta, gobernadores, intendentes), puesto que son aquellos que tienen capacidad de disponer recursos económicos. La estructura unitaria de la Argentina (más allá de que en los papeles se proclame federal) y la supremací­a del Ejecutivo, llevan a una fortí­sima centralización de la polí­tica. El Congreso no es visto como el escenario del debate, pasando completamente inadvertido para la ciudadaní­a. Tomando las reflexiones del antropólogo Marc Augé y su caracterización de los “no lugares”, los partidos también son “no lugares”, ya que son espacios de tránsito y sin compromiso, casi anónimos, hacia los cuales no hay ligazón ideológica o programática. La UCR nació hacia fines del siglo XIX como una búsqueda de modernización polí­tica en un contexto de una Argentina que progresaba aceleradamente en lo económico y social, pero que se habí­a quedado anclada en una estructura polí­tica jerárquica y tradicional. Curiosamente –o tal vez no-, creció cuando adoptó consignas difusas y un liderazgo paternalista, un catch all que extendió el clientelismo a nuevas capas de la sociedad. El Partido Justicialista, por su lado, nació de un lí­der que descreí­a profundamente del sistema de partidos y de la democracia liberal, como era Juan Domingo Perón. Es por ello que nunca se preocupó por institucionalizar al peronismo como partido, un proceso que se intentó con la llamada “renovación” del decenio de los ochenta (Cafiero, Menem, Grosso, De la Sota, Manzano, entre otros). Pero el triunfo electoral de Menem en 1989 terminó consolidando el esquema personalista tradicional del peronismo y su visión corporativa –un elemento que persiste en el “Pacto Social” que promovió Cristina Fernández de Kirchner durante la campaí±a electoral-.
La UCR se ha convertido, tras dos presidencias fracasadas (Alfonsí­n y De la Rúa) en un conglomerado de partidos provinciales y vecinales, ahora fracturado tras la alianza con el kirchnerismo. El radicalismo tiene una larga historia centenaria de fracturas, ya desde sus inicios, precisamente por la ausencia de programa. El PJ, por su lado, no es más que el brazo polí­tico de la tradición peronista, que se encuentra también presente en otros partidos menores, ya sea provinciales o sustitutos, o bien de tipo satelital.
La gran pregunta es, entonces, ¿qué piensan hacer las otras fuerzas polí­ticas ante este derrumbe de los dos partidos tradicionales? Las seí±ales, para quienes creemos en la necesidad de un sistema de partidos como existe en las democracias liberales, son desalentadoras. Tanto Elisa Carrió como Mauricio Macri persisten en el personalismo, y tras ellos deben ir sus maquinarias electorales. Son figuras mediáticas pero sin presencia partidaria más allá de los grandes centros urbanos. Sus bancadas parlamentarias no tienen consistencia y le deben sus escaí±os a la bendición de sus lí­deres. En lo inmediato, pues, habrá de continuar este esquema de lí­deres personalistas y mediáticos, que se rodean de “no lugares” polí­ticos y que no promueven la participación de los ciudadanos.
Gestión de CFK
Con la asunción de la nueva presidente y de todo su gabinete ¿Como observa que serán los primeros dos aí±os de la gestión de CFK? Sus desafí­os, sus prioridades, etc.
Más allá de los slogans de campaí±a en los que se prometió el cambio, la prioridad de Cristina Fernández de Kirchner es la continuidad de un modelo que le permitió la consolidación de su poder. Un dato a tener en cuenta es que la mayorí­a de los ministros de Néstor Kirchner sigue en la gestión de su esposa. En tanto el modelo le sirva, la presidenta no hará modificaciones significativas al modelo. En cuanto este comience a mostrar sus debilidades, tomará medidas que le permitan acumular más recursos para darle continuidad al proyecto de permanencia K.

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