La polí­tica, con cara de mujer

El triunfo de Bachelet en Chile no es una excepción. Distintas encuestas confirman que, en América latina, las mujeres aparecen como garantes de mayor transparencia y confiabilidad en la tarea pública.

20 de Febrero de 2006
Mayra Buvinic. Directora de Género y Desarrollo del Banco Mundial
Chile recién eligió a su primera mujer presidenta. Michelle Bachelet, una doctora y ex ministra de Estado, se une así­ a al selecto y creciente grupo de mujeres que han superado con éxito tradiciones que las habí­an mantenido alejadas de los cí­rculos del poder y fuera del alcance del cargo polí­tico más alto. Su elección, el 15 de enero, siguió muy de cerca a la de Ellen Johnson Sirleaf, la primera jefa de Estado de Liberia y de Africa.
La victoria inequí­voca de Bachelet (obtuvo el 53.5 por ciento de los votos) constituye un testimonio de sus destrezas, experiencia y carisma personal, así­ como de una revolución profunda en los roles de género y los tiempos de cambio que están feminizando a la polí­tica latinoamericana.
Una caracterí­stica única en América latina es el progreso que han hecho las mujeres en adquirir las capacidades que las habiliten para liderar. A diferencia de gran parte del mundo en desarrollo, donde se observan brechas claras en las escuelas que favorecen a los varones, en América latina hay más muchachas que muchachos matriculados, desde la primaria hasta la secundaria.
Y las niñas están logrando mejores resultados que los niños, no sólo en cuanto a matrí­culas sino también en logros académicos. En la prueba chilena más reciente, una estudiante mujer obtuvo el puntaje más alto del paí­s, a diferencia de otros tiempos no muy lejanos en que los mejores puntajes eran terreno exclusivo de los varones.
Pero el tener la capacidad suficiente a menudo no basta. En América latina, las oportunidades para usar estas capacidades en la vida polí­tica se presentaron en la década de los ochenta, con la recuperación de la democracia. Este nuevo perí­odo democrático ha coexistido con una pérdida de poder y credibilidad de los partidos polí­ticos tradicionales, un vací­o que se ha llenado en parte por movimientos ciudadanos, incluyendo el de las mujeres y pueblos indí­genas.
La ola democrática ha cortejado a las mujeres electoras, quienes prefieren votar por candidatas. El voto femenino fue un elemento clave en la victoria de Bachelet, según los análisis electorales. Las mujeres, que se inclinaron claramente por candidatos conservadores masculinos en elecciones anteriores, cambiaron su voto en esta elección y marcaron su preferencia en grandes cantidades por Bachelet, una mujer y una socialista.
Un estí­mulo adicional a las mujeres en cargos de liderazgo polí­tico ha sido la modalidad de cuotas que establecen un nivel mí­nimo de representación (entre 20 y 40 por ciento) para aquellas mujeres en listas de partidos para las elecciones parlamentarias. Once paí­ses en América usan cuotas y ellas han aumentado la presencia de la mujer en el ámbito legislativo en un promedio de nueve por ciento en el perí­odo 1990-2003.
Chile no tiene cuotas, pero el presidente saliente Ricardo Lagos nombró a muchas mujeres en altos cargos polí­ticos, incluyendo la designación de Bachelet, primero como ministra de Salud y, luego de Defensa, allanando el camino para su victoria en las urnas.
Paradójicamente, la preocupación generalizada frente a la corrupción en la polí­tica ha abierto aún más las posibilidades para las mujeres, quienes son percibidas como menos contaminadas por la corrupción y menos propensas a ella.
Una encuesta de Gallup, producida en el año 2000 para el Banco Interamericano de Desarrollo en seis grandes ciudades latinoamericanas, mostró que la mayorí­a de los votantes (57 por ciento) opinaba que las mujeres eran mejores lí­deres de gobierno que los hombres. Asimismo, más mujeres (62 por ciento) que hombres (51 por ciento) creí­a que éste era el caso.
Por otro lado, América latina envejece con rapidez. Se espera que la proporción de jóvenes baje de un 40 por ciento de la población en 1950 a 20 por ciento en 2050. Y la mayorí­a de las personas de la tercera edad son mujeres, pues tienden a vivir más que los hombres. Si las mujeres siguen prefiriendo votar por otras mujeres, y si la democracia se mantiene, la demografí­a simple revela que la excepción Bachelet se convertirá en la norma, respaldada por el bloque creciente de votantes femeninas.
í‚¿Garantizará esta feminización del liderazgo polí­tico una gobernabilidad más efectiva? Mientras el jurado delibera, un estudio del Banco Mundial sugiere que en una amplia gama de paí­ses, las tasas más altas de participación femenina en el gobierno se asocian con niveles más bajos de corrupción gubernamental. Si es así­, Sirleaf, Bachelet y su actuales y futuras homólogas en otras partes del mundo podrí­an ayudar a promover una gobernabilidad honesta y contener el creciente descontento con los lí­deres polí­ticos, un fenómeno tan común en la actualidad.