Cristina Kirchner piensa en su gabinete

 
Cristina Kirchner ya piensa en su gabinete

9 de Julio de 2007
Más nombres. Cristina Kirchner evalúa cómo formar su futuro gabinete, si gana las elecciones. Algunos nombres se sabí­an, y otros suenan. Alberto Fernández podrí­a ser canciller o quedar como jefe de Gabinete, donde está. Jorge Taiana es requerido para integrar el gabinete, si no va de vicegobernador de Daniel Scioli. Héctor Icazuriaga, hoy al frente de la SIDE, podrí­a recalar como ministro del Interior. Es de gran confianza de Cristina. Carlos Zannini seguirí­a como secretario legal y técnico. Y hay un lote femenimo: Beatriz Nofal, Marita Perceval y Marí­a Laura Leguizamón, sin destino por ahora. Para Economí­a, también se menciona a Mario Blejer. Y se sabe que Carlos Bettini, embajador en España, podrí­a ser repatriado, al tiempo que Héctor Timmerman pasarí­a del consulado en Nueva York a la embajada de los Estados Unidos.
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Apoyo con matices. Luis D Elí­a apoyó con demasiados matices el lanzamiento de Cristina Kirchner como candidata presidencial. Según sus allegados, el lí­der de Federación de Tierra y Vivienda desconfí­a del aliado de la primera dama dentro del palacio, Alberto Fernández, a quien considera cerca de Estados Unidos y lejos de la Venezuela de Hugo Chávez. No sin intención, emitió una declaración sugestiva y planteó que ella reivindicará al bolivariano, incluso contra Israel, cuando se sabe que la primera dama buscará estrechar lazos con EE.UU. y la comunidad judí­a. D Elí­a se jugó una ficha.
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Ministro apurado. En el Patio de las Palmeras del Departamento Central de la Policí­a Federal, el lunes último, hubo un homenaje a los policí­as caí­dos en cumplimiento del deber. El ministro del Interior, Aní­bal Fernández, encabezó el acto con la cúpula policial. Estaban el jefe de gobierno porteño, Jorge Telerman, el ministro de gobierno local, Diego Gorgal, y legisladoras nacionales, Mirtha Pérez y Nora Ginzburg, y los diputados de la ciudad Jorge Enrí­quez y Santiago de Estrada. A Aní­bal Fernández se lo notó apurado: se retiró apenas finalizado el acto, dicen, para no dar precisiones sobre el traspaso de la policí­a a la ciudad, como pide Mauricio Macri, jefe de gobierno electo. Les negó reuniones a los macristas Federico Pinedo y Eugenio Burzaco, que se entrevistarán mañana con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Quieren ver si tienen más suerte.
Mariano Obarrio
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En la Iglesia no creen que Cristina garantice una mejor relación

Consideran que no hay diferencias ideológicas ni de carácter entre Kirchner y su esposa.

9 de Julio de 2007
Sergio Rubí­n
srubin@clarin.com
Hoy por hoy, nadie en los medios eclesiásticos cree que, si Cristina Kirchner llega a la presidencia, vaya a cambiar sustancialmente la relación entre el Gobierno y la Iglesia. No hay expectativas de significativas mejoras en un ví­nculo que a lo largo del mandato de su marido se fue deteriorando y creciendo en tensión al compás del estilo de confrontación, falta de diálogo y recurrencia con el pasado que los obispos -centralmente- le achacan al presidente Néstor Kirchner.
Por lo pronto, en la cúpula del Episcopado no se ven grandes diferencias de carácter ni ideológicas entre Cristina y su marido. Al igual que su esposo, ella también se declara católica -incluso admite devoción por la Virgen de Guadalupe-, pero no se le conoce actualmente un ví­nculo fluido con el clero. Aunque sí­ se mostró cercana a los padres palotinos -visitó incluso su sede de Roma-, la comunidad que sufrió durante la dictadura la masacre de cinco de sus miembros.
Las pocas incursiones en cuestiones que tocan a la Iglesia argentina que se le conocen a Cristina Kirchner durante el mandato de su marido arrojan un balance dispar entre los obispos. Por caso, es vista como preocupante la intransigencia que demostró la senadora frente a un acuerdo preliminar que habí­an alcanzado el entonces canciller Rafael Bielsa y quien era en aquel momento su par del Vaticano, monseñor Jean Luois Tauran, para la salida de Antonio Baseotto del obispado castrense.
Baseotto habí­a sido echado unilateralmente por Kirchner luego de que este criticara duramente a un ministro. Pero el Vaticano lo mantuvo en el cargo. Luego de trabajosas conversaciones se llegó a una fórmula intermedia para desplazarlo que consistí­a en la designación de un coadjutor (adjunto con grandes poderes) hasta que Baseotto se jubilara. Pero Cristina lo volteó de un plumazo: «O se va del todo, o nada». Y fue nada.
En la cuenta eclesial de las señales alentadoras figura una tajante declaración de Cristina Kirchner contra el aborto durante un viaje a Parí­s. Requerida sobre el tema por residentes argentinos en Francia, enmarcó su negativa dentro de su definición polí­tico-ideológica: «No soy progre, soy peronista». Funcionarios del Gobierno suelen recordar esa posición en ámbitos eclesiásticos cada vez que reaparece el fantasma del aborto.
Finalmente, surge un interrogante clave: í‚¿Qué relación podrí­a tener la actual senadora con el presidente del Episcopado, el cardenal Jorge Bergoglio, a quien en el kirchnerismo ven como una especie de jefe de la oposición y con quien Néstor Kirchner no se reúne a solas desde hace casi tres años?
En ese sentido, hay un antecedente poco halagí¼eño. Cuentan en despachos oficiales que, ni bien asumió su esposo la presidencia, ella quiso ver a Bergoglio, pero éste le mandó a decir que correspondí­a primero una reunión con el Presidente antes que con la Primera Dama.
Se admite en la Casa Rosada que la respuesta no llenó de alegrí­a a Cristina. Pero también se asegura que el episodio quedó en el pasado y no puede tomarse como un antecedente que perjudique la relación con Bergoglio si Cristina llega a la presidencia.
No faltan, claro, los optimistas de uno y otro lado que consideran que los cambios de personas siempre abren una esperanza. Pero nadie parece hacerse grandes ilusiones.
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Mucho más que Cristina

9 de Julio de 2007
Por Eduardo Aliverti
La oficializada candidatura de Cristina Fernández abrió una serie de conjeturas que no se cruzan í¢â‚¬â€œal menos hasta ahoraí¢â‚¬â€œ ni con la situación nacional en general ni con la económica en particular. Con lo cual parece estar clarí­simo, para todos los actores y analistas polí­ticos, que es imposible o altamente improbable algún suceso, o suma de ellos, capaces de impedir una amplia victoria kirchnerista en octubre.
Vistos algunos acontecimientos últimos, sin embargo, corresponde abrir interrogantes que van mucho más allá de lo que ocurra en octubre. Cierto es, de todos modos, que el lanzamiento de la mujer de Kirchner tiene peculiaridades difí­ciles de encontrar, por no decir inéditas. Y en alguna medida es eso lo que hace que el árbol tape el bosque. Por empezar, en la historia polí­tica no hay antecedentes de un candidato presidencial mudo. Hubo zombies, como De la Rúa. Hubo quienes condujeron o intervinieron desde el exterior, como Perón. Hubo cómicos, como Rodrí­guez Saá. Pero mudos, nunca. Esta actitud no tiene por qué ser necesariamente un demérito, y vaya si le alcanzó y sobró para imponerse, hace menos de dos años, en la provincia de Buenos Aires. Además, se puede entender que hablar no es imprescindible y menos cuando se es oficialismo y se supone que lo que habla son los hechos. Hay quienes afirman que no se trata í¢â‚¬â€œ-sóloí¢â‚¬â€œ de eso, sino de que el carácter irascible de Cristina es un riesgo demasiado alto como para jugarla a fondo en el barro de una campaña. Y más cuando se viene de una experiencia, en Capital, que habrí­a demostrado lo inconveniente de caer en tonos agresivos. Por otro lado, í‚¿para qué tendrí­a que hablar si lleva sobre sus contendores, reales o presuntos, una ventaja enorme? Es análogo a lo que hizo la rata cuando en el í¢â‚¬â„¢89 le dejó la silla vací­a a Angeloz, o a lo que acaba de hacer Macri al negarse a debatir con Filmus frente a la segunda vuelta.
También es motivo de hipótesis, de todo tipo, la negativa del Presidente a ofrecer su reelección. Se habla de razones de salud; de mero cansancio; de que mover la dama le permite soñar con una suerte de í¢â‚¬Å“perpetuacióní¢â‚¬Â familiar y proyectivo/polí­tica permitiendo su reaparición en 2011; de que simplemente quiere irse con todos los laureles. Y hacia y en la oposición, se han metido en un debate que busca determinar qué es lo más apropiado para achicar la brecha y tal vez llegar al ballottage. í‚¿Un candidato forzado pero de consenso, o acaso dejar que cada quien se presente por separado? Y otro ingrediente: í‚¿le conviene a la derecha jugar fuerte para octubre, siendo que ni siquiera tiene una arquitectura partidaria y con su única figura de peso anclada en Capital, en lugar de esperar a que el desgaste del kirchnerismo se profundice en un segundo mandato consecutivo?
El conjunto de estas especulaciones es lo que, con alguna ligereza válida, podrí­a denominarse como análisis meramente periodí­stico, y no polí­tico, de la actualidad y perspectivas del paí­s. Nada de lo especulado forma parte de las preocupaciones prioritarias de la sociedad, y es en este punto donde cabe detenerse. Hay una crisis energética que el Gobierno no termina de aceptar en público sino a regañadientes, mientras dentro de los despachos oficiales sólo rezan, poco menos, para que llueva en las zonas de las represas y para que el frí­o no se mantenga intenso. Hay el justificado sentimiento popular acerca de que el í­ndice oficial de inflación es una tomadura de pelo como jamás se vio. Hay que las sospechas de corrupción en el Estado no dan descanso. Hay, entre otras cosas gracias a las í¢â‚¬Å“renovadasí¢â‚¬Â adjudicaciones patagónicas en petróleo y gasoductos, la confirmada presunción de que esto es más un capitalismo favorecedor de empresarios amigos, y corporaciones circundantes, que algún tibio intento de recrear la burguesí­a nacional en un proyecto autónomo y socialmente integrador. Hay el despedazarse entre opciones similares por causas que, aunque parezca mentira, tienen que ver ante todo con razones y resentimientos personales. Y cada vez hay más el interrogante de con qué se comen las espectaculares cifras de crecimiento económico y cosechas récord, si no sirven para matar el hambre y la miseria o, aunque más no fuere, para achicar la brecha obscena entre los que más y menos tienen. í‚¿El Gobierno pensará que, en lugar de ese cúmulo, son errores de comunicación los que vienen mellando su popularidad? Y en cualquier caso, í‚¿creerá con franqueza que solamente importa el hecho de que para octubre se puede llegar tranquilo? í‚¿Puede tenerse una mira tan corta, en un paí­s donde la crisis de representatividad polí­tica es impactante y donde hay tanto la ausencia de articulación alternativa como la capacidad de ganar la calle y í¢â‚¬Å“desestabilizarí¢â‚¬Â? í‚¿Y la oposición cree de veras que le alcanza o alcanzarí­a con hacer la plancha?
Descansados los unos y los otros en las ingenierí­as electoralistas, pierden la referencia elemental de que las elecciones son nada más que una circunstancia tan importante como pasajera; y se lo mire por derecha o por izquierda, que no tendrán manera de zafar del descrédito si no convocan y afirman mí­nimamente un concepto claro de hacia dónde se va. Para la oposición, que puede definirse como í¢â‚¬Å“la derechaí¢â‚¬Â si es por cuestiones de explicitud; o como í¢â‚¬Å“la derecha de la derechaí¢â‚¬Â, si al Gobierno se lo ve en forma ideológicamente ortodoxa, el problema no es tan grave porque, al cabo, se trata de que le vaya fantástico o sólo muy bien en sus negocios. Pero en el turno del Gobierno, que atrajo expectativas de sectores progresistas por su discurso antiliberal, por varias de sus medidas y gestos institucionales, por alguna semblanza de su polí­tica exterior y, en definitiva, por nuclear en su contra a los reaccionarios más granados, se está yendo la probabilidad de aprovechar, en beneficio de las mayorí­as, una coyuntura histórica espectacularmente favorable.
Es cierto: no estamos ante una administración revolucionaria, ni es eso lo que quiere la sociedad. Sólo está diciéndose que con lo que hay podrí­a mejorársele la vida a la gente, en vez de masturbarse con las favorables chances de octubre. Cuarenta mil millones de dólares de reservas en el Banco Central, si no es para pensar en apropiar y distribuir la renta de otra manera y en trazar esquemas de desarrollo de largo plazo, no sirven sino para satisfacer una mentalidad de almacenero.
Y eso, para volver al principio, es demasiado más grande que si Cristina es í¢â‚¬Å“mudaí¢â‚¬Â y si le basta para ganar. La suerte de este Gobierno se juega en eso, no en octubre.